jueves, 21 de noviembre de 2013

DOS SIMPARES VIAJEROS Y UN GATO TROTERO EN TIERRAS VALENCIANAS I: UN SINGULAR CICERONE



“Divino ingenio que con alto buelo,
tus versos a las nuves levantaste,
y a tu Valencia tanto sublimaste,
qu'Esmirna y Mantua quedan por el suelo.
Con alta erudición divino zelo,
en tal grado tu Musa aventajaste,
que claro acá en la tierra nos mostraste
la parte que ternás allá en el cielo.
No fue Minerva, no, la que ayudava
a levantar tu stylo sobrehumano,
ni uviste menester al roxo Apollo.
Spíritu divino te inspirava,
el qual assí movió
tu pluma y mano,
que fuiste, entre los hombres, uno solo.” 



  Tengo que reconocer que este último viaje que comenzamos, me ponía algo nerviosa. Santiago se encontraba totalmente emocionado con la perspectiva de todo el camino que nos quedaba por recorrer y obnubilado por los primeros pasos que habíamos dado en la ciudad del Turia, el Antiguo Reino de Valencia, mi ciudad natal y mi hogar. Para él, cada uno de estos pasos era como adentrarse en un mundo mágico, lleno de aventuras y sorpresas, le miraba a los ojos tras su objetivo fotográfico y era como ver a Frodo en busca del Monte del Destino…¿Eso me dejaba a mí como el servicial Sam? ¡Ay ay ay!, que algo me decía que terminaría de Gollum.

El caso es que no sabía cómo compartir esa emoción algo desmesurada suya, no me malinterpreten, adoro mi ciudad más que a ninguna otra, pero llevo demasiado tiempo formando parte de ella, desde dentro, llevándola en la sangre, en las entrañas, en cada poro de mi piel, como para ver lo que él veía, con objetividad; o tal vez, lo que me hacía falta, era poder verla con los ojos de La Primera Vez. Y no podía. Lo intentaba, pero no podía. Habíamos visitado uno de los lugares con más historia y arte de la ciudad y no sabía qué escribir al respecto, había estado tantas veces dentro, desde que era una niña, que el factor sorpresa había desaparecido de mis ojos.
Tal vez no fuera yo la persona adecuada para escribir esta vez, nuestro simpar viaje. De momento decidí irme a la cama, y dejar que mañana fuera otro día.
Pero entonces sucedió algo que iba a trastocar mi noche. Y mi rutinaria forma de ver mi ciudad. 

Recién sonaban las doce de la medianoche, y el sueño comenzaba a vencerme, un ruido en la ventana de mi cuarto me impedía conciliarlo; era como un repiqueo de martillo, suave pero constante, aunque por momentos subía de volumen y parecía transformarse en un “toc-toc ¿hay alguien en casa?” Acabé desvelándome por completo, y ya totalmente despierta no me quedó duda al respecto: alguien tocaba a la ventana de mi habitación. Cosa bastante inquietante, dado que vivo en un tercero, así que si no era Morfeo que intentaba, sin mucho éxito, sumergirme en un profundo sueño, la cosa se ponía fea de veras.
−¿Es que no piensas abrir? así no hay quien duerma –dijo mi gato desperezándose mientras se incorporaba de los pies de mi cama –puede ser importante. Un asesino no llamaría anunciándose, un vampiro elegiría una víctima sin tanto colesterol y los chupacabras hace tiempo que usan el servicio a domicilio. Así que no temas, abre de una vez. 

Parecía lógico todo lo que el gato me decía. Si fuera lógico que un gato te hable y te de consejos. Así que ya no tenía la menor duda: nunca más volvería a cenar un bocadillo de sobrasada con queso y pimientos fritos, algo me decía que no me había sentado demasiado bien. Eso, o que un Gato te hable y alguien llame a la ventana de un tercer piso, sea más habitual de lo que yo pensaba. Pero el caso es que seguí su consejo y abrí mi ventana. Y allí estaba mi visitante nocturno.
Un Halcón.
Un precioso halcón que clavaba sus pequeños ojos marrones en los míos, sorprendidos y atónitos; no dijo nada (claro que de haberlo hecho, mi empacho habría pasado a locura sin más) tan solo sacudió sus alas, gañó y emprendió un corto vuelo hacia el árbol de enfrente de mi casa. Y batiendo de nuevo sus alas, esta vez sin moverse del sitio, graznaba con más intensidad que antes.
−Quiere que le sigas –dijo de nuevo mi gato.
−Ya –dije yo−es obvio. Nunca antes había hablado con gatos ni con halcones, pero a estas alturas ya, no había duda, o seguirle o volver a la cama para no pegar ojo, después de que el Reino Animal haya decidido hablarte. Así que le seguí. 

Trotero decidió quedarse, dijo que la noche no estaba demasiado apacible y seguir a un Halcón no estaba en sus planes de esa semana, así que…me dejó sola. Intenté despertar a Santiago, pero cuando empecé a hablar sobre gatos parlanchines y halcones que tocan a las ventanas a medianoche, me dijo tan solo que procurara cenar menos y más ligero. Y se dio la vuelta en la cama.
Seguí al Halcón durante un largo trecho, las pocas personas con las que me cruzaba en la noche me miraban extrañadas al verme andar mirando hacia la copa de los árboles mientras preguntaba, a vete a saber quien, a dónde nos dirigíamos. De repente el Halcón desapareció de mi vista al llegar a la Plaza del Mercado, el dichoso pajarraco había desaparecido sin dejar rastro, me había hecho cruzarme la ciudad entera y ahora se marchaba dejándome en mitad del casco antiguo de la ciudad, sin explicación alguna; vamos, muy hablador no era, pero un movimiento de ala, de cabeza, un gañido o chillido, lo que fuera que me indicara que ya habíamos llegado o que me había tomado el pelo como a una boba. Ya verán como al final soy Gollum, y me quedo compuesta y sin anillo, en este caso, sin Halcón.
Y allí me quedé sentada, frente al Mercado Central, en un frío banco, mirando las luces de la ciudad y las pocas personas que pasaban en ese momento… 


“…Qui no és trist de mos dictats no cur
No cure de mis versos, ni los lea
quien no fuere muy triste, o lo aya sido;
y quien lo es, para que más lo sea
lugar no pida escuro, ni escondido.
Mis dichos puede oýr, y en ellos vea
cómo sin arte alguna me han salido
del alma, y la razón de mi querella
muy bien la sabe Amor qu'es causa d'ella…”

De repente escuché el gañido del Halcón de nuevo; me levanté del frío banco y busqué por el cielo a mi reciente compañero de trote y mi visitador nocturno particular, sin mucho éxito. Su agudo chillido se oía cada vez más cercano, pero de su imponente presencia, ni rastro. Entonces vi frente a mí a un extraño tipo, que calzaba medias y lucía un ostentoso abrigo, sin botón alguno, pero con un cuello de piel que bien podría ser una camada entera de pobres zorros; el hombre levantó ligeramente su brazo y el Halcón, salido aparentemente de la nada, se posó diligente y amistoso sobre él. El extraño cetrero acarició la cabeza de la rapaz y esta pareció devolverle la caricia pasando su ala por la mejilla del hombre. Entonces ambos repararon en mí. El hombre, con el Halcón en su brazo, se aproximó hasta mí, no sin provocarme cierta inquietud y temor, pues eso de que un extraño de extravagante vestimenta, en mitad de la noche, se acercase a una, pues inquietaba y bastante, la verdad. Por mucho Halcón que llevase en su brazo, o tal vez por eso mismo. 
 

−Buenas noches, gentil Dama –dijo el Caballero inclinando su cabeza al hablarme−ando algo perdido en esta ciudad que se me asemeja distinta a la que yo conocí antaño; no sé dónde me hallo, ni dónde dirigirme, pues estas calles me son extrañas y estos grandiosos edificios, desconocidos. Dice mi Halcón que vos podéis ayudarme, pues habéis estado hace poco en el lugar el cual busco con ansia y deseo.
−¿Y cuál es ese lugar tan ansiado, Caballero? –dije tan cortésmente como supe. Nací y vivo aquí desde hace ya…bueno, que soy ya dos veces veintañera y me conozco bastante bien mi ciudad. Dígame usted qué lugar es ese, Señor.
−Mi morada –contestó−estoy demasiado cansado ya para andar por ahí vagando, nunca debí volver a recorrer estas calles, pues hace tanto tiempo de la última vez que soy incapaz de orientarme por ellas. No nací aquí, pero viví largo tiempo en este mi segundo hogar. Yo nací en Beniarjó, pero mi profesión, mi deber, mi pasión y mi devoción, me trajeron a Valencia. Hace tanto ya de aquello. A mi esposa Isabel le encantaba esta ciudad ¡Que felices fuimos aquí Juana y yo! 

Pobre hombre, la verdad es que además de raro y noctámbulo, chocheaba un poco, el pobre no era capaz ni de recordar el nombre de su mujer ¿O sería un don Juan y tenía una amante? vaya, vaya, esto se ponía interesante.
−Pero si no me dice usted, Caballero, el lugar al que se dirige, no podré ayudarle a encontrarlo –dije rompiendo mis propias divagaciones.
−¡Disculpad , mi Señora! ¡Ni siquiera me he presentado! ¿Cómo he podido ser tan mal educado y descortés? soy Mossen Osías Marco, o así es como me conocen fuera del Reino de Valencia, Corona de Aragón –y se inclinó ante mí. Perdone mi torpeza, se lo ruego. Si fuera tan amable de indicarme cómo llegar a…
−¿Quiénes sois, que hacen aquí? ¿Por qué perturbáis el sueño de los que descansan y el trabajo de los que crean? –dijo una voz tras nosotros−los artistas necesitamos silencio para crear nuestras obras y los peones descanso para llevarlas a cabo. 

Al otro lado de la calle, otro tipo tan extraño como el portador del Halcón, Mossen Marco, voceaba y gesticulaba realmente enfadado. Nos hizo una seña para callar, y otra más para que le siguiéramos. Y desapareció ante nuestros ojos al meterse por una calle trasversal. No sabía por qué, pero le seguí por aquella estrecha y empinada calle lateral de la Lonja, esta noche estaba siendo la mar de extraña y yo en ese momento, la estaba convirtiendo además, en arriesgada.
Mi nuevo amigo Mossen Marco, me siguió sin decir palabra alguna. El Halcón emprendió de nuevo el vuelo. 


(continuará)


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.

1 comentario:

  1. Deseando conocer ya las nuevas aventuras de estos dos viajeros y este gato sin igual, y ahora un halcón que augura una buena historia.
    Saludos troteros

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