domingo, 18 de agosto de 2013

Sagunto. Primera parada: El Castillo



Los simpares viajeros vuelven a estar en ruta. Ser un “ vagamundo” es lo que tiene, uno siempre quiere tomarse un buen descanso tras un largo viaje, recuperar fuerzas, organizar material, ordenar ideas, disfrutar de la tranquilidad de tu casa y de la compañía de tu familia ¡Si, es un buen plan!
Pero a los pocos días de tan firme propósito, unas etéreas mariposas empiezan a batir sus alas en el estómago, produciendo un pícaro cosquilleo que se propaga en cada gota de sangre que corre por las venas; y ya no se puede parar. Es la emoción que produce la perspectiva de una nueva aventura ¿Qué viaje no lo es? Y estos viajeros, además de simpares y troteros, somos  unos ansiosos  aventureros; cada camino, un lugar, cada lugar, una docena de personas, cada docena de personas, miles de historias, y cada historia, una aventura para el corazón y un bálsamo para el alma.
Estos “vagamundos” necesitaban su bálsamo para aliviar su trotera enfermedad. Esta vez, el virus, se llamaba: SAGUNTO.



Un viaje más corto de lo habitual, pero ya sabemos todos, que  lo bueno si breve, dos veces bueno. Esta trotera  solo pretendía pasar un día como los de antaño, aquellos días de excursión de colegio y bocadillo en la mochila, días de sol y canciones en grupo, días de cuadernos y lápices del número dos. Días de excursión y buenos amigos.

Días de niñez y bellos sueños.

Quería compartir con mi simpar compañero de viaje un lugar tan hermoso como este y unas experiencias tan inolvidables, si bien no los fijaría en su memoria una trepidante imaginación infantil, si lo haría la perspectiva de una ciudad histórica vista a través de un objetivo fotográfico subidos a lo alto del Castillo. Que día más maravilloso nos esperaba. Y yo me quedé sin palabras en cuanto cruzamos la ciudad y subimos hasta las ruinas del castillo. Los recuerdos se me agolpaban en la memoria ocupándolo todo y no dejando espacio para la crónica…¿Qué íbamos a hacer? bueno, pues en esta ocasión, disfrutar del entorno en silencio y admirar a la vuelta las fotografías de Santiago.




Un reportaje fotográfico sería estupendo por esta vez. Y nos dedicamos a disfrutar del soleado día en Sagunto.

−¿Aquel gato blanquinegro que nos mira desde lo alto de una parte de la muralla, no te resulta familiar? –dije sin estar segura de lo que decía− ¿No es demasiado parecido a Trotero?
−¿Qué posibilidades hay de que un gato salga de casa, entre en el garaje, se suba al coche y no haga ruido en todo el camino para no ser descubierto? –contestó Santiago−se que crees que tu gato es listísimo, pero no tanto. Además todos los gatos se parecen, y los blanquinegros más todavía. Disfruta del panorama, anda. ¡Que el gato nos ha seguido y está mirándonos desde la muralla! tu imaginación no tiene límites. Venga y camina, Trotera.



Prima Saguntinas urbarunt classica portas
bellaque sumpta viro belli maioris amore.

−Por fin han dejado de mirarme esos dos controladores ¿No puede un gato libre y sin ataduras familiares, trotar a sus anchas? hacía tiempo que necesitaba campar a mis anchas y dejar  mis huellas por lugares tan mágicos y emblemáticos como este. Trotero es mi apellido, Gato mi nombre, Aventurero mi condición.  Escapista, mi hobby.



No había hecho nada más que llegar, cuando vi que no era el único” trotero” que iba dejando sus huellas por el Castillo; a unos pasos de mí, disfrutando del sol sobre otra parte de la muralla, se encontraba un gato viejo, atigrado y gris cano, que parecía  más dormido que despierto, casi muerto, pues no movía ni el rabo a pesar de estar disfrutando de unos rayos de sol la mar de cálidos. Me acerqué cautelosamente al viejo atigrado, husmeando el inerte cuerpo gris, aunque no tenía ni la más remota idea de a qué huele un gato muerto.

−¿Se puede saber que bigotes estás haciendo, forastero? –maulló de repente el viejo atigrado−no me gusta que me husmeen mientras compongo mis poemas.
El viejo se puso en pie con una agilidad inusitada para un gato de su edad, que cualquiera que fuera, debía ser mucha, pues sus bigotes eran larguísimos y blancos como luz de luna. El poeta dijo llamarse Silio y venir de lejos, pero que llevaba tanto tiempo aquí, que había olvidado el nombre de su lugar de origen. Era realmente curioso este gato poeta, extraña manera la suya de hablar, refinada, culta y en ocasiones demasiado rebuscada para mi gusto, claro que como yo no soy poeta, sino prosista, no termino de dominar las figuras retóricas y los latinismos ¿latinajos tal vez? me costaba entender en ocasiones lo que el viejo me contaba. Me preguntó si era admirador de Virgilio, el mejor de los poetas de todos los tiempos, pues él no solo mostraba admiración sino que sentía auténtica reverencia por el poeta latino. Temo que le desilusioné, o al menos se sintió algo defraudado cuando le dije que apenas conocía el trabajo de Virgilio, y que yo era más de los románticos decimonónicos como Espronceda o Bécquer, incluso de Byron y Baudelaire.




Giró en redondo y comenzó a andar sobre las murallas del Castillo, no sé si debería seguirle o no, pues ni me dio señales de una cosa ni de la otra, pero dado que nuestra conversación no se había dado por finalizada, me pareció de mala educación marcharme en dirección contraria sin más. El viejo miró a sus espaldas y al verme seguirle me dijo que la poesía era la voz del alma, la prosa tan solo es un susurro. Callé, no quise decir nada inconveniente, bueno, ni siquiera sabía que decir al respecto, la verdad. Y seguí a mi involuntario Cicerone por su trotar sobre la muralla.

Tras un rato deambulando sobre las ruinas del Castillo, bajamos hasta un cuadrángulo que según me dijo el poeta, se trataba de la antigua Plaza de Almenara, hoy a penas se podía ver más que unas piedras caídas pero antaño, se trató de una de las plazas con más trasiego del castillo, sobre todo en época íbera. Era culto el viejo, no cabía la menor duda. De ahí fuimos charlando animosamente por el resto del recinto Este del Castillo, de plaza en plaza, de estancia en estancia, mientras el atigrado poeta me contaba que la ciudad de Sagunto fue conocida por los íberos como ARSE, ciudad de origen Zacynthio y Ardeatino.
¡Qué cosas! exclamé yo. Pero la verdad es que no entendía nada de lo que mi interlocutor me contaba, aunque parecía tan cargado de razón. En ocasiones, su felina mirada parecía retroceder en el tiempo y evocar imágenes y palabras antes vistas y dichas, como rememorando tiempos pasados ¿Cuántos años tendría este viejo atigrado gris? su mirada era todo un enigma, pero su edad, un misterio…



Intarto sancit iaculo figitque per arma
stantem por muro et minitatem vana Caicum

Entrábamos en la plaza de la Conejera, cuando otro gato, este más joven y de aspecto atlético, se acercaba a nosotros mitad sorprendido mitad curioso, pues sin duda no esperaba encontrar a Silio en compañía de blanquinegro desconocido; sin embargo saludó amistosamente aunque con mucho respeto al viejo, bueno, y a este Trotero, pues en ningún momento el joven gato rubio y blanco fue grosero y antipático conmigo. Al contrario, a pesar de no conocerme, enseguida entabló conversación conmigo y no tuvo ningún reparo en continuar con las explicaciones que Silio me daba sobre la antigua ciudad de Arse.
El joven gato se llamaba Caicus, dijo ser saguntino de nacimiento y por línea ancestral, pues ningún antepasado ni descendiente suyo había sido de otro sitio; aunque su familia había sido siempre gente de campo y pastoreo, él se había decidido por el ejército, más por defender el sitio que por atacar lugares. ¡Un héroe nuestro Caicus, un héroe! –decía Silio. El orgullo de Arse, la herencia de Sagunto.




La conversación era realmente interesante y entretenida, nunca hubiera imaginado este gato que una ciudad valenciana, hubiera sido en la antigüedad centro y vaso sanguíneo del comercio, punto estratégico político y baluarte de poder y gloria. Sagunto. El  Morvyter musulmán, Murviedro valenciano. Siempre Arse, la grande y la gloriosa. En esta conversación estábamos, cuando ya acercándonos a la Plaza de los Estudiantes, junto a la sombra que da el edificio del  Antiquarium Epigráfico −en el que se conserva la colección epigráfica más completa de la Península ibérica− se hallaban un grupo de gatos que andaban en rencillas y trapicheos, y parecían capitaneados por un gran gato negro tuerto, que miraba al mismo tiempo, con su único ojo, a la banda descontrolada de gatos y a estos tres tertulianos.



Necnon totus adest vesper populique reposti.
Cantaber ante omnes, hiemisque aestusque famisque
Invisctus palmamque ex omni ferre labore.

−Ten cuidado con estos –dijo Silio−no son más que alborotadores y buscabullas. El negro tuerto, es el General Sidonio, el azote de la ciudad de Arse; el ojo que le falta, es obra de Caicus…de ahí su animadversión por él y todos los saguntinos. No tiene escrúpulo alguno, es un tirano y un asesino. Y junto a él están sus secuaces, muchos de ellos son de la tierra, traidores y sicarios, una pandilla de brutos asesinos.



Ahí está el feroz Bostar, blanco como la nieve por fuera y oscuro como boca de dragón por dentro; uno de sus más fieros guerreros, e Hiberus, el pardo de orejas negras, otro de sus más terribles soldados. Ten cuidado, pues aunque hace mucho ya de esos hechos, bicho malo nunca muere, el cuerpo se va, pero el alma permanece.

Admovet abrupto flagrantia foedere ductor
Sidonius castra et latos quatit agmine campos.

Entramos a descansar de nuestro paseo y a dialogar sobre nuestras cuestiones a la plaza de los estudiantes, donde parecían esperarnos, bueno, en realidad esperaban ansiosos al poeta Silio, un grupo de nutridos gatos, ávidos por saber y aprender del maestro. Caicus dijo que eran sus más fieles amigos y soldados, saguntinos de pro y Ársenos de honor: Hostus y Pholus, el gran Metiscus, Lygdus y Durius, el rubio Galaesus , los gemelos Chromis y Gyas. Llega entonces Daunus, y todos gritan ¡Cuéntalo de nuevo Daunus, vuelve a narrarnos palabra por palabra tú gran discurso ante el furioso Sidonio!¡Que lo oigan de nuevo en todo Sagunto!



Y Daunus, situándose sobre un saliente de la muralla junto a la plaza dijo:
No es esta ciudad tiria construída por manos femeninas y comprada con dinero, no es este el litoral de gran extensión de arena concedido a los exiliados: debes ver aquí unos cimientos construidos por los  dioses y unos aliados de Roma.

Y  no hubo gato que no aplaudiera y vitoreara a Daunus y su discurso. Creo que empezaba a entenderlo todo, este Trotero llevaba algún tiempo sospechándolo, pero ahora no tenía duda. Nada era lo que parecía, y nadie quien aparentaba.  A oídos de Sidonio y sus secuaces llegaron sin duda estas palabras, cosa que no pareció sentar muy bien, pues todos ellos se alteraron sobremanera y fue necesario que el General Sidonio, momentáneamente, pusiera orden a tanta algarabía. 




Trotando por el resto del Castillo, subimos sin dejar de hablar y dialogar, ahora acompañados por aquellos entusiastas estudiantes, hasta la parte más alta de la muralla, al Oeste del castillo, desde dónde se veía toda la ciudad casi a vista de pájaro. Cerca nos seguía una gata Carey, realmente hermosa, podría decir que de belleza helenística, ya no era una gata joven, pero su belleza relucía más allá de sus enigmáticos ojos verdes. Parecía seguirnos sin embargo no daba la sensación de que reparase en nosotros, como si su mundo no fuera de este mundo, como si sus pensamientos no fueran de este tiempo…que bella era. Que bella.

Sic ille, at Cirrhaei sanguis Imilce,/ Castalii cui materno de nomine dicta/Castulo Phoebi servat cognomina vatis,/ atque ex sacrata repetebat stirpe parentes;/tempore quo Bacchus populos domitabat Hiberos,/ concutiens thyrso atque armata Maenade Calpen. /Lascivus genitus Satyro rymphaeque Myrice, /Milichus indigenis late regnabat in oris/cornige ram attollens genitoris imagine frontem/hinc patriem clarumque genus referebat Imilce/barbarica paulum vitiato nimine lingua.



Era Imilce, la mujer de Sidonio, según me dijo Silio. Tan bella como enigmática, de truculenta historia pasada y misteriosa vida presente. Siempre fiel a Sidonio. Siempre fuerte ante Roma.

Me despedía de mis amigos llegada ya la hora de partir en busca de nuevos trotes por tan maravillosa e histórica ciudad, volvía mis ojos para retener en mis pupilas tan inolvidables momentos y magníficas ruinas, cuando el tuerto Sidonio se aproximó hasta mí seguido por Imilce y el resto de sus muchachos, que se mantenían a una distancia prudencial de su General. Debo reconocer que me temblaban desde el rabo hasta los bigotes, pero me mantuve firme y le miré fijamente a los ojos.

−Sidonio me llaman los Saguntinos y romanos, Aníbal es mi nombre, General cartaginés, el verdadero héroe de esta historia ¡De todas las historias! el más grande, y no siempre el más fiero, mi fama de feroz es apócrifa, solo Silio así me dio a conocer. No es feroz el que lucha por lo que cree y el que demuestra su gloria y dignidad en la batalla. Yo, Anibal, el cartaginés, el azote de Roma, el vencedor de Sagunto. Aunque encontrara la ciudad carbonizada y ardiendo entre llamas cuando entré a conquistarla al fin. Ferocidad la de los saguntinos que quemaron su ciudad con ellos dentro para no dejarla en manos del invasor. Fiereza mi querido blanquinegro, eso es verdadera fiereza.
Arse, la imprescindible, pero abandonada por Roma. Ellos fueron quienes la destruyeron dejándola a merced del enemigo. La batalla acabó. El tiempo pasó. Mi espíritu y el de todos los que aquí  lucharon entonces, regresaron para vivir eternamente en la ciudad que no quiso que viviéramos juntos en ella.  Se lo que ves, Gato, pero Yo soy lo que queda dentro, lo que flota en el ambiente, lo que ven los ojos cerrados. Soy Aníbal y este es mi ejército sitiador de Sagunto. Todos, todos somos Arse.


Así marchó el tuerto, el General. Así se quedaron Silio el poeta y compañía, dormitando en las murallas del  Castillo, bajo el sol del mediodía. Así marché yo, el Trotero, el que buscando aventuras, se encontró con la Historia. El blanquinegro vagamundo.

Tandem condensis artae testudinis armis
subducti Poeni vallo caecaque latebra
pandunt prolapsam suffossis moenibus urbem.
(PUNICA, de Silio Itálico. Poema sobre la segunda Guerra púnica)”


 El mediodía se alzó sobre nuestras cabezas, era el momento de bajar del Castillo de Sagunto. Una excursión como las de antaño, tan solo nos faltó cantar en el autocar, aunque por momentos me pareció oír las viejas canciones de colegio en voces infantiles…sin duda este lugar era mágico. Tenía un no sé qué, que te envolvía y embrujaba.
Disfrutad de las fotos, en otra ocasión, os traeré una bonita y curiosa historia…en otra ocasión.





CASTILLO DE SAGUNTO

Calle vieja del Castillo 23
46500 Sagunto (Valencia)



FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.

TEXTO: Yolanda T. Villar.


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

4 comentarios:

  1. El castillo está en ruinas, las fotografias de este post hacen que parezca mas bonito de lo que es. Un relato original y muy bien documentado. Felicidades a los dos miembros

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    1. Aún en ruinas conserva la magia y la grandeza de todo lo que fue. Una vez pones los pies allí, sientes como la historia te invade...Es fantástico.

      Gracias y hasta pronto.

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  2. ¡Que bonito querida parece un cuento de lo bien que escribes, me encanta besos a los dos!

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    1. Un placer que nuestras letras y fotos sirvan para hacerte pasar un buen rato. Te encantaría el sitio sino lo conoces, Sagunto es una ciudad con una carga histórica enorme.

      Besos

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