lunes, 5 de noviembre de 2012

Enrique VIII


Ya se sabe que en verano hace calor, y que éste propicia, cuando menos te lo esperas, que aparezcan unas nubes atascando el cielo de negrura para, de inmediato, asediar los campos y las calles con una lluvia potente y suntuosa que provoca la huída y la búsqueda de refugio de todo aquel al que coge desprevenido caminando con ingenuidad.

Se da la circunstancia, además, que habitualmente, en las citas con el teatro clásico, al realizarse al aire libre, la posibilidad de suspensión por motivo de estas lluvias que juegan a la traición es bastante elevada. Se pude decir incluso que rara es la vez que los asistentes a alguna función no acaban pasados por agua por ese afán suyo, desmedido y pasional, de hallar en el teatro ilustración, escape y virtud.

Por suerte para los que se congregaron el pasado jueves en La Cava, la lluvia apenas dio muestras de amenaza y únicamente envió unas pocas gotas como si de esos ojeadores que anticipan la llegada de un poderoso ejército se tratase. Gracias a ello, el escenario se convirtió, de la mano de William Shakespeare, en la corte del rey inglés más impredecible e iconoclasta de cuantos se han escrito: Enrique VIII.

Este tipo de obras tiene, como los dos lados de una moneda, bazas a su favor y en su contra. Por una parte, cuenta con el conocimiento más o menos acertado del gran público (por su presencia en cine y más recientemente en formato de serie televisiva), y eso la hace más próxima que otros libretos, lo que favorece una asistencia favorable. Sin embargo, y al hilo de lo anterior, no es menos cierto que resulta por ello mucho más complicado realizar un trabajo que sorprenda al espectador, que lo mantenga alerta y dentro de la escena sin que el hecho de conocer principio, nudo y desenlace le haga caer en el aburrimiento e incluso el sopor.

Lo cierto es que hubo el aforo se cubrió en su práctica totalidad y que, con puntualidad británica, la compañía Fundación Siglo de Oro inició el espectáculo. A decir verdad, el director de la obra supo encontrar con acierto la sorpresa del público, y para ello amplió el escenario más allá de las tablas elevadas, hasta alcanzar la parte más altas del graderío de butacas, desde donde Buckingham, uno de los nobles que contradice los designios del rey Enrique, estimula al público a través de un monólogo que antecede a su ejecución por orden real.

La obra de Shakespeare narra los sucesos que ocurrieron desde que Enrique, harto de que su esposa Catalina de Aragón (su mujer y viuda de su hermano, de quien heredó el trono tras su muerte) no le de un hijo varón, conoce en un baile a una joven y bella Ana Bolena que lo cautivará y que motivará la ruptura del reino de Inglaterra conla Iglesia de Roma por las reticencias de esta última para invalidar el matrimonio con la hija de Fernando el Católico y permitir así el enlace con su nuevo amor.

El honor, los deseos de medrar y ganar favores, la pasión que ciega a un rey, el ansia de poder, la influencia dela Iglesiaen la sociedad de la época, el regio desafío a un sistema anquilosado, o la irrupción de las nuevas corrientes de pensamiento que llegan del viejo continente a la isla británica a través de los luteranos le dan a la obra una personalidad atractiva y asentada sobre unos problemas que se repiten de forma constante en la historia.

El elenco de actores lo componen un total de dieciséis hombres y mujeres cuyo trabajo es muy meritorio y destacado, especialmente los de los protagonistas: Elena González (con su espléndida y sobrecogedora Catalina) y Fernando Gil (un muy enérgico y omnipresente monarca Enrique VIII, que recuerda al de Jonathan Rhys Meyers)


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

No hay comentarios:

Publicar un comentario