martes, 20 de noviembre de 2012

“Curioso cuaderno de viaje de dos simpares viajeros” – 4ª Parada: Catedral de Santa María y San Julián de Cuenca

Fachada Principal
Fachada Principal

"Alzada en bella sinrazón altiva
-pedestal de crepúsculos soñados-,
¿subes orgullos, bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?

¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva…”



Volver a Cuenca es como regresar al hogar. Esta medio manchega no puede evitar visitarla cada cierto tiempo, aunque a veces es demasiado el transcurrido entre visita y visita, volver a sus orígenes como los musulmanes viajan a la Meca aunque sea una vez en su vida. Afortunadamente, mis viajes a mi particular Meca, son más frecuentes.
Para una conquense de la Manchuela, poner sus pies y sus ojos, y hasta sus sueños en la sierra de Cuenca, es como haber llegado al Paraíso. Montañas, cerros, estrechas carreteras, sabinas, pinos, encinas, tejos, rocas tan grandes como aldeas…mirar al horizonte y divisar montañas, bajar la vista y ser consciente de que estás sobre una sierra, subir y subir sabiendo que cuanto más alto lo hagas, más hermosa será la vista.
Cuenca me da vida.

Capilla del Pilar
Capilla del Pilar

Reconozco que más que pasión, lo que esta ciudad despierta en mí, es auténtica devoción. Amo cada uno de sus rincones, sus calles, sus casas y sus gentes, adoro su aroma y su sabor; sabor de morteruelo, de migas ruleras, de ajo arriero y gachas, de caldereta de cordero y de gazpacho manchego. Pero Cuenca tiene algo que me engatusó de niña, que me sigue embelesando de adulta y que el día que me muera, besará mis labios como Cruz bendita: las Milhojas. Es mi primer pensamiento cuando emprendo el viaje, mis primeros pasos cuando llego a la ciudad, mi primer aroma y sabor con el que me recibe Cuenca, y el que siempre me trae a la memoria, mi primer recuerdo allá por los setenta, paseando con mis tías por la Calle Carretería…y me siento indescriptiblemente feliz.

Reja de la Capilla del Pilar
Reja de la Capilla del Pilar
Y fue esta pasión-devoción la que trajo mis pies y los de mi compañero de viaje hasta Cuenca. Si dicen que menos la hermosura todo se pega, la excitación por venir a esta ciudad, es una de esas cosas; si yo estaba ansiosa por venir de nuevo a Cuenca, ansiedad y curiosidad fueron lo que inyecté en vena, en piel y en huesos a Santiago, mi fiel compañero de caminos y locuras.
Y subir a lo más alto es lo primero que estos dos viajeros hicieron al llegar a la Ciudad a finales de agosto, estar bien alto para poder ver el casco antiguo casi a vista de águila y descender luego adoquín a adoquín, como si siguiésemos un camino de baldosas amarillas.

Capilla del Obispo o San Julián
Capilla del Obispo o San Julián
Y vimos Cuenca respirando profundamente desde la Plaza del Trabuco, que es como verla desde los ojos de la Historia. Frente a nosotros, altivo y grandioso, el Corcovado, el Pan de azúcar −¿milhojas? – conquense, el majestuoso Corazón de Jesús en el Cerro del Socorro. El que todo lo ve y a quien todos ven. Impresionante. Un poco más a la derecha, Las Casas Colgadas y el Puente de San Pablo, que cruza desafiante el río Huécar. Seguimos más a la derecha y nos quedamos sin aliento al ver los restos del castillo y la muralla, y cargados con el material fotográfico y trastos de escritura –que ya parecía esta redactora alumna de la ESO, mochila a la espalda− seguíamos bajando por la empinada calle de San Pedro sin poder dejar de girar sobre nosotros mismos, de tanta belleza como nos envuelve.

Púlpitos y Capilla Mayor
Púlpitos y Capilla Mayor
Llegamos a la Plaza Mayor a la hora acordada con nuestro guía, las 10 de la mañana. Con las prisas olvidé coger del coche la nota donde apunté sus datos, creía recordar que era un profesor, pero mi mala memoria me la jugó de nuevo y por no recordar no recordaba ni su nombre. Sin mi libreta y mis notas, estaba perdida. Santiago tampoco lo recordaba, así que mal de muchos…

Detalle de la reja de la Capilla Mayor
Detalle de la reja de la Capilla Mayor
Nada más llegar a la Plaza Mayor nos dirigimos a la escalinata de la Catedral, pues no se veía nadie más en ese momento por allí cerca que diera la impresión de estar esperándonos y menos con pinta de profesor, porque si, los profesores tiene pinta de serlo ¿no?. Y entonces dimos con Él.

Órgano de la Epístola
Órgano de la Epístola
Mirando atentamente el Campanario de la Catedral, un hombre de unos sesenta años de pelo cano y con algunas reminiscencias de lo que en su día fueron bellos ondas en el cabello, parecía esperar sin inquietud. Llevaba unas gafas cuadradas de pasta oscura y vestía de impecable traje gris a pesar del calor reinante, en su mano, unos cuadernos y una pluma. Este era sin duda nuestro profesor, y con esa seguridad me acerqué a él y me presenté.

Coro
Coro
Dijo –con una sonrisa clara y una voz fuerte pero suave− no ser profesor, sino boticario y “otras cosillas”, y aunque se licenció en derecho, no haber ejercido nunca. También nos dijo que se llamaba Federico (y yo seguía sin recordar el nombre de nuestro guía, así que Federico sería) y que no esperaba a nadie, que tras mucho tiempo había dejado su casa en el antiguo solar de la iglesia de Pantaleón y que tan solo miraba Las Campanas de Su Catedral, pero que no esperar no significaba no encontrarse con alguien que necesitara su compañía, así que decidió hacernos de guía si necesitábamos su ayuda.

Coro
Cantoría
No pudimos negarnos, algo me decía que no podíamos haber encontrado mejor guía y compañero de ruta para aquel caluroso día de agosto, y tras él, entramos en la primera Catedral Gótica de Castilla. La de Santa María y San Julián de Cuenca.

Sacristía Mayor
Sacristía Mayor

Siempre he sentido una enorme paz al entrar en una Catedral, me ocurre desde niña; creo que es una mezcla dada por el aroma a incienso, la fresca temperatura, el silencio adornado con el murmullo de los rezos y la majestuosidad cercana de sus muros, columnas, bóvedas y capillas.

Detalle de un armario de la Sacristía Mayor
Detalle de un armario de la Sacristía Mayor

Y en la Catedral de Cuenca no podía ser diferente. Lo primero que me llamó la atención nada más entrar fue esa serenidad que desprendían cada una de las piedras y losetas, y pronto nos hizo ver Don Federico (es que sin el Don era imposible dirigirse a él, era todo un pozo de sabiduría y cultura) el encanto de las capillas situadas a derecha e izquierda del cuerpo principal. Pero la que de verdad llamó mi atención es una preciosa capilla, con un balconcito, como si de la habitación de una doncella se tratara, desde el cual espera a su amado Jesús; el retablo de la Divina Pastora de las Almas, una joven virgen que parece posar para un retratista con una calavera en la mano. Capilla del Pilar, insistía Don Federico en que este era su verdadero nombre. Mi manía de rebautizar sin pila ni agua bendita, el nombre de las cosas.

Detalle del techo de la Sala Capitular
Detalle del techo de la Sala Capitular

Maravillados mi compañero de viaje y yo por la belleza sin parangón de este sacrosanto lugar, nos movíamos como niños aprendiendo a andar, torpes y embobados con todo aquello que nos rodeaba y llamaba poderosamente nuestra atención; entonces nuestros ojos se fijaron atónitos y maravillados en el espectacular Coro, que habíamos dejado a nuestra espalda al entrar a la Nave Central. Se alzaban mayestáticos los dos órganos de la Catedral, el de la Epístola y su gemelo, el del Evangelio, parecía que quisieran tocar el cielo con sus brazos y acariciar las nubes con sus notas; nos decía Don Federico que ambos habían sonado, no hacía mucho, al unísono, tras años de mudez por parte de uno de los gemelos, el del Evangelio.


Capilla Honda
Capilla Honda

Si cerrábamos los ojos y afinábamos el oído, nos decía nuestro guía boticario, aun podríamos oír las bellas notas que flotaban en el aire desde el 4 de Abril de 2010 en que ambos sonaron juntos como buenos gemelos, acariciados por las maestras manos de los organistas titulares de la Basílica de San Petronio de Bolonia. Y frente al Coro, de espaldas al Altar Mayor, sin que resultara irreverente ni sacrílego, comencé a tararear y mover mis pies escuchando esas notas barrocas y flotantes que bajaban de las bóvedas.

La última cena. Paso de Semana Santa
La última cena. Paso de Semana Santa

Y girando, mis ojos volvieron a fijarse devotos en el Altar Mayor, cuyos Púlpitos de mármol parecen escalones hacia la bóveda celestial ¡De puntillas subiría por ellos para tocar con la punta de mis dedos la luz polvorienta que filtran las vidrieras! maravillosas vidrieras que tamizan luces naranjas, moradas, azules, como el mar, como el alba, el atardecer, un ocaso cardenalicio; modernas vidrieras de Dechanet, Gerardo Rueda, Gustavo Torner y Bonifacio Alonso que contrastan con el barroquismo de su alrededor. A Don Federico se le iluminaba la cara al pronunciar estos nombres, y a nosotros la mirada al ser testigos de semejante y hermosa mezcolanza de estilos y siglos. Maravilloso.

Efeméride de la conquista de Cuenca por Alfonso IX
Efeméride de la conquista de Cuenca por Alfonso IX

Nos sentamos en uno de los bancos de madera frente a la Capilla Mayor –“Unum Ex Septem”− para ordenar y organizar las ideas; Santiago cámara en mano no dejaba de mirar el mundo a través de su objetivo, como quien mira con los ojos del alma, o los del Orgullo y Honra, como parecían mirar los de nuestro guía. Yo no podía dejar de mirar la capilla a través de esa luz que se deslizaba entre Rosetones y Vidrieras; tras una reja forjada en hierro, descolorido y dorado, se ilumina su costado izquierdo, el que descansa sobre una columna gótica, con la luz del mediodía conquense, débil, clara, dorada, como espiga en el campo. Alcé los ojos y me dejé envolver por una cúpula maravillosa, celestial, divina, iluminada como mirada por el sol, toda la capilla estaba envuelta por una luz fractal que le daba la apariencia de un campo de girasoles. Luz, vida, sol, belleza, un pequeño cofre del tesoro, enrejado y precioso.

Capilla de los Caballeros
Capilla de los Caballeros

Me quedé presa de mis propios pensamientos y no vi que tanto mi compañero como Don Federico habían desaparecido de mi vista. Pasé junto al Sepulcro de los Montemayor, donde descansaban en piedra dos pétreas figuras, lecho final de piedra vieja, tallada, desconchada, arcaica. Busqué con la mirada a mis dos compañeros, y solo encontré sobre mi cabeza bóvedas antaño pintadas y hoy, descoloridas como vieja gloria cuyo maquillaje resbala entre los surcos de su piel; tanto unas como otra, nos enseñan los restos de un naufragio, adivinándose aún lo que fue un bello navío.

Detalle superior de la Capilla de los Caballeros
Detalle superior de la Capilla de los Caballeros

En la Capilla Vieja de San Julián, encontré oro y grana y un altar pulcro de fino encaje ¿no es como un relicario, un camafeo tal vez? es preciosa. Y buscando todavía a mis acompañantes, llegué hasta la Capilla de Nuestra Señora del Sagrario, y como no podía ser de otra manera, envuelta en oleos desteñidos, pero bellos aún. La cúpula ejercía de corona, cubierta de tonos pastel, antiguos, bizarros incluso, y Ella, pequeña, menuda, dorada. Y tuve que respirar profundamente antes de seguir adelante, mirando al suelo para no pisar irrespetuosa las losas ilustres bajo mis pies, que su descanso siga siendo eterno, quieto y sin perturbación alguna por mi parte.

Detalle de la reja lateral de la Capilla Mayor 1
Detalle de la reja lateral de la Capilla Mayor 1

Encontré a mis compañeros en la Sacristía Mayor, y no era de extrañar que así fuera pues la belleza del lugar era impresionante, parecía hipnotizar a todo aquel que entraba por sus puertas y uno tras otro, íbamos quedándonos absortos y boquiabiertos mirando a nuestro alrededor. En la misma entrada de la Sacristía pudo esta viajera descansar sobre piedra y observar por la ventana la montaña, el cielo, los tejados de un viejo patio, el aroma de una ciudad antiquísima que huele a leyendas y serranía. En una fuente de mármol con tres grifos llorones, calmaba la sed de las yemas de sus dedos Don Federico, el cual parecía ausente y lejano en ese preciso momento, y me asombró sobremanera oír al acercarme a su lado, a mi guía canturrear casi en susurros…



“Tres peregrinos vienen
tras una estrella;
duérmete, niño mío,
si quieres verla.
Tres marineros vienen
tras un lucero;
duérmete, niño mío,
si quieres verlo.
Duérmete, niño mío,
mi niño, duerme...
(Tras una estrella venían
por el desierto los Reyes...)”


−Suenan cantarines los Villancicos de mi Catedral –me dijo al ver mi cara de asombro. Y recordé de pronto algo que tenía olvidado, y que al mirarle a los ojos por primera vez en aquella mañana volvió a mi mente. A Cuenca se la lleva en Volandas. Y unas cosquillas tibias recorrieron mi espalda.

Detalle de la reja lateral de la Capilla Mayor 2
Detalle de la reja lateral de la Capilla Mayor 2

Me cogió del brazo Don Federico, más como el que acompaña y no como el que se apoya, y me hizo entrar al fin en la Sacristía Mayor. Armarios tallados, arcos de oro y celeste, bóvedas que cruzan escudos dorados, granas y azul cielo, espejos que reflejan la luz de las altas ventanas; dos brazos con las manos abiertas descansan sobre sendas urnas, brazo izquierdo, brazo derecho ¿ambos serían de un mismo cuerpo?. Giré mi cabeza y un niño Jesús sobre una calavera, hacía descansar su pie derecho.

Triforio
Triforio

Y en el centro, en una augusta mesa de mármol, espinado, sangrante y hermoso, un busto de Jesús, el Cristo, mirándonos con su corazón ensangrentado aún teniendo sus ojos fijos y clamando al cielo. Cayeron rendidos estos viajeros, con el corazón henchido y los ojos llorosos ante un altar magnífico; a los laterales, dos enormes armarios de madera tallada, cuyas puertas en arco, parecían acompañar nuestro postrar de rodilla, y clamar ellos al cielo ¡Hosanna! de parte de “Adán y Eva” y “La Anunciación”.

Seguimos por el ábside y llegamos hasta la Sala Capitular , Don Federico me decía que a pesar de que hoy se encontraba medio vacía, había que mirarla con los ojos de la Historia e imaginarla repleta de miembros del clero, haciendo repaso o capítulo de las normas de la congregación, de las necesidades, quejas o peticiones. Y no fue difícil conseguirlo. Pues encontré a 12 miembros aún dispuestos alrededor de su “maestro”, firmes, serios, entregados, expectantes y eternos: Matías, Simón, Bartolomé, Santiago el menor, Juan, Andrés, Pedro, Pablo, Santiago el Mayor, Tomás, Felipe, Mateo y Judas Tadeo, y al frente de todos ellos, Jesús. Esta sala jamás podría estar vacía.

Detalle de las vidrieras y bóveda de crucería
Detalle de las vidrieras y bóveda de crucería

Siguiendo por el ábside nos encontramos con otro pequeño gran tesoro, La Capilla Honda; tras bajar unas escaleras entramos en una preciosa sala con artesonado de madera, tenía un pequeño y precioso altar, recogido, modesto, íntimo; bancos de madera a los lados para los miembros de la iglesia, madera brillante y pulcra por el paso de los años y el rozar de los dedos, caricias de siglos. Me atrajo ante todo su pequeño órgano de tubos plateados, trompetería modesta con armazón de oro y verde, tan pequeño comparado con los dos órganos principales del Coro, pero tan bello en su pequeñez…Don Federico reclamó nuestra atención hacia una pequeña campana a la izquierda de la entrada − ¡Ay, Las Campanas de mi Catedral!, decía−, la que llamaba al rezo y la oración, y mis ojos se fijaron en una pequeña pila que llamaba a la limpieza del alma. Pequeñas cosas para engrandecer más todavía a la Catedral.

Rosetón sobre el Arco de Jamete
Rosetón sobre el Arco de Jamete

Abandonando ya el ábside y encaminándonos por la nave lateral a la derecha de la Capilla Honda, caminábamos bajo la senda que marcaba la luz de las vidrieras, encontrándonos una tras otra, preciosas Capillas, algunas chicas, otras más grandes, pero todas preciosas: La del Socorro, de Santiago, de Covarrubias, de Los Caballeros, Muñoz, y hasta los sepulcros de la familia Albornoz. Esqueletos guardan y vigilan sus puertas, almas tras los huesos que parecen danzar y volar por encima de nuestras cabezas, baile de esqueletos que anuncian el paso a otra vida y que nos recuerdan que nada es para siempre. Alcé la mirada, intentado ver la puerta por la que los esqueletos entraban en la otra morada, levanté mi cabeza tan alto como pude, más ver la puerta me fue imposible ¡Así de alta había de estar!; pero en este alzar de mirada repararon mis ojos en dos enormes y vetustos relojes de madera, hoy tan parados como el tiempo histórico en este noble monumento, y bajo ellos, el Arco de Jamete, un precioso arco de enormes proporciones y tallado espectacular que nos llevaba directos al Claustro; vi una fuente en el centro, al lado un olivo, rodeado de arcos y suelo de piedra, pequeñas piedras, y no pude evitar fijarme en tanta cantidad de piedra por tantas partes, grandes piedras que albergaban otras más pequeñas, como una alegoría de la Catedral, Un gran Alma albergando miles más.

Claustro
Claustro

Al llegar al final de la nave lateral, cerca del Triforio, nos volvimos a mirar hacia atrás los dos viajeros y el guía improvisado, viendo todas esas capillas a ambos lados del pasillo, y esta que les cuenta no pudo evitar ver en cada una de las capillas, un huequecito dentro de un inmenso corazón. Pero debíamos marchar y continuar nuestro camino, Cuenca aún tenía mucho que enseñarnos y mostrarnos, y no habíamos hecho más que empezar. En el triforio, sabiendo que aquel era el adiós a la Catedral, miramos con detención a nuestro alrededor, intentando grabar en la mente lo que ya llevábamos grabado en el corazón. Santiago guardaba silencio, escribía yo en mi cuaderno y nuevamente canturreó Don Federico:


“Corderito blanco
que durmiendo estás,
¡déjate, Bien mío,
déjate arrullar! 
Si te duermes, Niño mío,
yo te quiero despertar,
pues vinieron desde Oriente
los tres Reyes a adorar. 
No te duermas, mi Vida,
no te duermas, mi Cielo.
A ro, ro, que te arrullo yo”


Y aún sin oír las campanas, sonaban los Villancicos de mi Catedral.

De nuevo en la fachada principal, nos recordaba nuestro peculiar boticario como colofón a nuestra visita, la iconografía de la Catedral, de tipo mitológico, fantástico, animal ¿Qué pensarían las gentes de aquellos tiempos al ver reflejados en su fachada, animales que para ellos eran desconocidos? ¿magia, fantasía, herejía tal vez?. Y pensando en aquellas personas, situadas frente a la fachada, como estábamos nosotros, miré dichas figuras e imaginé al Armadillo, al Pez Globo, a la Tortuga, atizar la imaginación y los sueños de aquellas gentes. A mí, por aquel entonces, me hubieran hecho volar sin alas.

Debíamos despedirnos de Don Federico, la visita a la Catedral había llegado a su fin, pero costaba tanto hacerlo. De su mano y sus palabras nada era como parecía ser, y aún quedaba
mucho por ver como para hacerlo solos. Le pregunté si querría acompañarnos a nuestra próxima visita, sería todo un honor para nosotros, a lo que él tan solo contestó:
−Iba a esperar a ver si Llegaron las Siete Muchachas, o tal vez la Abuelita Charleston, pero como uno en el fondo es Perro Golfo, nunca dice que no a hacer camino, pues tal vez este sea el Camino de la Verdad. Vayamos pues juntos, mis queridos amigos.

Y tomamos de nuevo rumbo a la Plaza del Trabuco, subiendo la empinada calle de San Pedro. Cuenca, esta vez era ella, la que nos llevaba en volandas.



“…Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan,mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.
¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca cierta y soñada, en cielo y río.”

(“Cuenca en Volandas”, de Don Federico Muelas)


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS




Fotografías: Santiago Navascués Ladrón.

Texto: Yolanda T. Villar

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